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El 16 de junio de 1955, poco después del mediodía, la ciudad de Buenos Aires fue bombardeada por aviones de la Marina y la Fuerza Aérea. El ataque, dirigido contra el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, dejó un saldo de al menos 309 muertos y más de 1.200 heridos. La operación fue parte de un intento de golpe de Estado, con apoyo civil, eclesiástico y extranjero, que buscaba asesinar al presidente y acabar con el movimiento peronista.
El bombardeo, inédito en América Latina, se desarrolló en plena luz del día, sobre una ciudad atestada de trabajadores. Las aeronaves AT-6 lanzaron explosivos sobre la Plaza de Mayo, la Casa Rosada, el edificio de la CGT y otras zonas céntricas. Entre las víctimas hubo empleados públicos, transeúntes, niños y obreros convocados por la central sindical.
La aviación rebelde tenía la intención de eliminar físicamente a Perón. Sin embargo, el presidente había sido alertado y se encontraba refugiado en el Edificio Libertador, a escasos metros de la Casa de Gobierno. Esa decisión le salvó la vida.
El operativo fue planificado por un grupo de oficiales encabezados por Jorge Alfredo Bassi, Antonio Rivolta, Eduardo Lonardi y Francisco Manrique. La estrategia buscaba imitar el ataque japonés a Pearl Harbor: bombardear de sorpresa, causar un shock político y facilitar el ingreso de comandos terrestres. “El bombardeo tenía que haber comenzado a las 10 y debía durar tres minutos”, relató años más tarde Florencio Arnaudo, uno de los civiles implicados. Pero la resistencia leal dentro del Ejército frustró los planes.
La violencia del ataque fue descomunal. Una de las bombas cayó sobre un trolebús repleto de pasajeros y lo hizo estallar por los aires. En total, se estima que más de cien personas quedaron mutiladas. Los ataques continuaron durante todo el día. En uno de los embates más letales, mientras la CGT llamaba a los trabajadores a defender al gobierno, se produjo el mayor número de víctimas.
Los responsables del atentado encontraron refugio en Montevideo. Entre ellos, el dirigente radical Miguel Ángel Zavala Ortiz, quien años después celebraría públicamente el fusilamiento de Juan José Valle. Otros, como el almirante Benjamín Gargiulo, optaron por el suicidio.
La prensa de la época actuó con una parcialidad manifiesta. Los medios de comunicación más importantes de la época se concentraron en mostrar los daños materiales, mientras minimizaban el impacto humano. La construcción del olvido comenzó al día siguiente. “La aviación de la Patria al servicio de la libertad ha destruido su refugio (…) La era de la libertad y de los derechos humanos ha llegado”, proclamó el comando civil que tomó Radio Mitre durante el ataque.
La operación no fue un hecho aislado. Desde 1951, hubo varios intentos fallidos de golpes contra Perón. El odio político venía creciendo desde sectores conservadores, parte de la jerarquía eclesiástica y grupos económicos que se oponían a sus políticas sociales. La conspiración del 16 de junio fue su manifestación más brutal.
Paradójicamente, a pesar del intento de exterminio político, el gobierno resistió tres meses más. Sin embargo, en septiembre, Perón fue finalmente derrocado por un nuevo levantamiento militar. La llamada Revolución Libertadora amnistió a los responsables del bombardeo y sentó las bases de una violencia institucional que se profundizaría en las décadas siguientes.
A 70 años, la Masacre de Plaza de Mayo permanece impune. La mayoría de los responsables no solo eludió la justicia, sino que regresó como “libertador”. El intento de borrar al peronismo desde el aire dejó una marca indeleble en la memoria colectiva, que aún hoy, en tiempos de crispación política, vuelve a cobrar sentido.
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